lunes, 18 de septiembre de 2017

MI LUGAR FAVORITO.

Esta es la historia de un hombre llamado Juan.

Juan relata que, cuando era niño solía ir de visita al campo donde sus abuelos.

Dice; recuerdo claramente que era uno de mis lugares favoritos, el hecho de tener tantos arboles y subirme para tomar cualquiera de sus frutos, significaba para mí de los más grandes retos en mi corta vida, el tratar de llegar hasta la parte más alta del árbol más grande me hacía sentir que era valiente y lo que más me animaba era la recompensa de tomar el fruto y degustar mi paladar al saborear una fruta tan fresca y conseguida por mi propio esfuerzo;  luego recuerdo que junto a mis primos nos íbamos en bicicleta hasta la playa, los más grandes llevábamos a los pequeños. Al llegar todos hacíamos carrera para entrar al mar, nos encantaba pescar y jugar al monstruoso tiburón bajo el agua. La playa siempre estaba llena de caracoles, ninguno de sus caparazones repetían patrones, había cangrejos y muchos cocos. Recogíamos todo lo que podíamos y lo llevábamos a la casa de nuestra abuela para que nos prepare algo de comer con nuestra gran pesca.

Cuan caía la tarde todos nos sentábamos debajo de la ceiba más vieja, pues esta era la más grande de todas, tenía el tronco más grueso que haya podido ver en cualquier árbol en toda mi vida, la copa mas frondosa y con las ramas suficientes para albergar a más de seis osos perezosos y más de diez especies de aves.

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Al sentarnos allí nuestro abuelo nos contaba historias acerca de sus visitas a la selva, una de sus tantas historias se me quedó grabada, en ella nos contó lo privilegiados que éramos al poder sentarnos bajo la copa de un árbol sagrado para los antiguos Maya, era llamado por ellos como Yax-Chè y lo respetaban tanto porque este simbolizaba para ellos poder y majestad. Al finalizar su tanda de magnificas historias todos regresamos a casa imaginando que algún día seríamos nosotros quienes vivieran esas experiencias.

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Lastimosamente crecimos y con el transcurrir del tiempo mi abuelos murieron, todos dejamos de ir y olvidamos por mucho tiempo uno de nuestros lugares favoritos.

Hace dos semanas todos nos pusimos de acuerdo para visitar la tierra de los abuelos y al llegar sentí tanta tristeza y decepción de ver que todo había cambiado y que ya nada era como antes; mis primos no hablaban entre sí, todos estaban como hipnotizados en los celulares, si de pronto cruzaban una que otra palabra era solo por medio de whatsapp o por medio de comentarios en sus estados de facebook. Tomé la determinación de apagar el Wi-Fi y entonces tuve la atención de todos en ese momento así que aproveche y les sugerí tener un día como los de antes.



De camino hacia los arboles de frutas nos encontramos  con un desierto sin un solo árbol a la vista, lo único que podíamos observar era una fabrica que llenaba de mucho humo el terreno y a la cual entraban camiones cargados de troncos de árboles de todos los tamaños, esto nos desanimó a todos, así que, para cambiar de semblante quisimos ir a la playa y ¡vaya sorpresa con la que nos encontramos!, había tanta gente que apenas podíamos caminar. En el mar no nadaban peces sino desechos de las mismas personas que lo visitaban, bolsas, botellas plásticas y comida, eran de los tanto desechos que se podían encontrar mientras nadábamos, a las personas no parecía molestarles lo que había en su alrededor y será tal vez porque ellos no pertenecían a ese lugar de modo  que no les importaba si se veía mal o si algo malo estaba sucediendo.


















 Nos fuimos para preparar algo de comer, quisimos sentarnos bajo aquella ceiba donde el abuelo nos contaba sus brillantes historias, cuando llegamos ya no estaba no había rastro de un árbol tan gigante parecía que se lo había tragado la tierra, entonces regresamos a la casa, todos hablábamos del misterio que rodeaba el no saber qué había pasado con la ceiba, que pasó con los perezosos, que pasó con las aves y que pasó con las frutas y las cosechas del abuelo.

Ya no podíamos cocinar con algo que hubiéramos pescado antes ni mucho menos con las frutas o los vegetales que cosechaban nuestros abuelos, parecía increíble pero nos toco ir hasta el pueblo más cercano para conseguir un micro mercado o una tienda y comprar algo de comer, ¡otra decepción más!, la comida no era fresca, los vegetales y las frutas llevaban más de un mes allí, los cuales aún se preservaban aparentemente, debido a la cantidad de conservantes que les aplicaban para preservarlos por mucho tiempo, preferimos entonces regresar a casa para marcharnos al día siguiente. Todo eso me llenó de muchas emociones y de lamentos, así que me puse a investigar para saber de qué modo podía contribuir a la recuperación de mi lugar favorito y me encontré con que, gracias al descuido y la falta de pertenencia con nuestra tierra la estamos asfixiando, pareciera que lentamente pero en realidad es a pasos agigantados, vi por las noticias como partes de la tierra que solían ser heladas y cubiertas de capas de nieve ahora son lugares calurosos o en los cuales no se puede apreciar ni siquiera la quinta parte de lo que fueron en un pasado; lo mas contradictorio y confuso es que, a pesar de que  la nieve se derrite, la mayoría de la población se está muriendo por falta de agua, un recurso que debería estar al alcance de todos que por el contrario, está prohibido para muchos y disponible para pocos.



Agradezco a Dios y a mis abuelos que nos compartieran algo de aquel lugar hermoso no solo porque sé que muchas generaciones ya no lo disfrutaran y fuimos premiados con ser casi que los últimos en poder apreciarlo sino porque ahora se lo valioso que es y podré aportar algo para tratar de recuperarlo, educando a mi familia, amigos y descendientes, explicándoles la importancia del amor que debemos tener hacia nuestra casa, el planeta tierra.

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